Quiquiriquí.... quiquiriquí.... el gallo anunciaba el despertar de un nuevo día en el pueblo. La mujer se levantó de la cama, se lavó la cara con agua bien fresca de la palangana y tomó vorazmente su desayuno constituido por un tazón de leche de cabra y una hogaza de pan con aceite. Después del almuerzo se dirigió al corral donde las gallinas esperaban también su comida. Se quedó mirando cómo comían y de repenté se dio cuenta que le faltaba una gallinita, una de las más pequeñas en el corral.
La mujer pensó que sería cosa de un zorro o algún otro animal pero lo estraño es que no había forma de entrar en el corral y las otras gallinas no habían sido atacadas. No, no, no, la gallina tenía que faltar desde el día anterior, antes de encerrarlas en el corral. Por si había pasado la noche fuera, la pobre mujer empezó a buscarla por las callejuelas del pueblo.
La mujer iba llamando por la pobre pollita intentando encontrarla hasta que mi abuela escuchó lo que estaba pasando. Aún era pequeña e inocentemente le preguntó que qué gallina le faltaba. La mujer le explicó que una de sus pollitas.
(Antes de contar el desenlace de la historia he de decir que en aquella época las niñas del pueblo no podían permitirse comprar muñecas ni otros juguetes con los que estar entretenidos...) Así que mi abuela apenada le dijo: "Ahhh esa es con la que jugamos ayer mi amiga y yo... yo hacía que era mi hijita que se me había muerto. Así que decidimos enterrarla. Mi amiga hacía de cura y le hicimos un funeral y todo." La pobre mujer se vio poseída por la rabia, pero mi abuela también le dijo que le habían dejado fuera la cabeza para que pudiese respirar y que como se les había hecho tarde que la habían dejado allí.
La mujer corrió hacia donde las niñas habían estado jugando el día anterior. Esta vez la historia acabó bien para el animal ya que aún seguía viva después de pasar inmovilizada bajo tierra toda la noche.