lunes, 9 de marzo de 2009

Los pollitos


Esta primera anécdota que voy a contar es posiblemente la más mítica y conocida en mi familia. Mi abuela tenía unos 6 añitos cuando pasó.

Mi abuela, hija de campesinos, vivía en un pueblo en la provincia de Salamanca. Es un pueblo pequeño, con casitas de piedra y estrechos caminos. Como en casi todos los pueblos, en la Plaza estaba el ayuntamiento, la iglesia, y no muy lejos estaba el frontón donde los niños y jóvenes solían jugar a la pelota.

Pues bien, un día en el que mis bisabuelos estaban tan ocupados como siempre, ya que tenían que salir a trabajar el campo, cuidar los animales... le encargaron a mi abuela, que era muy pequeña que cogiese a los pollitos y los metiese en una cesta para llevarlos al mercado.
Sus pequeñas manos, pero curtidas por el trabajo, intentaban coger a los pollos que salían corriendo para meterlos en la cesta. Iba cogiendo con cuidado uno a uno y metiéndolos en su mandilón que tenía recogido haciendo una pequeña bolsita hasta que hubo juntado unos cuantos. Luego los depositó dentro de la gran cesta. Acto seguido se dirigió a capturar a otros poquitos que quedaban en el corral pero cuando llegó a la cesta se encontró que los pollitos habían saltado fuera de la cesta de mimbre. Y los empezó a volver a meter, pero ellos no se estaban quietos dentro. Se estaba haciendo tarde y su padre, que tenía un fuerte carácter, la iba a regañar. Así que vió unas tijeras encima de una mesa y decidió que si le cortaba las patas a todos, los polluelos ya no saldrían de la cesta y acabaría antes.

El remedio fue peor que la enfermedad. Cuando mis bisabuelos la descubrieron cortando las patas de los pollos ya era tarde, y muchos de ellos ya estaban muertos. Naturalmente, mi abuela no se zafó de una buena reprimenda y bien seguro que le cayó un gran castigo.

Ya véis, cosas de niños... Y después nuestra generación es la que ha salido atravesada.