Hace poco me he enterado que a mi abuela y a mi madre fueron de las primeras mujeres en ponerse pantalones, por lo menos si hablamos en los pueblos de Salamanca. Quizá por esa época ya había mujeres en las grandes ciudades que llevaban pantalones a diario, pero a ver quién osaba a hacerlo en un pueblo donde todo el mundo habla de los vecinos.
Mi madre me contó que mi abuela vestía a mi madre y a mi tía con pantalones para ir al colegio. Todo el mundo se reía de ellas porque no llevaban falda como las demás. Se sentían diferentes y les dolía que se metiesen con ellas.
Pero todo esto no era por una cuestión de rebeldía y protesta contra el machismo sino por una mera solución práctica. En Salamanca, en invierno, hace mucho frío y mi abuela recorría con mi madre y mi tía todos los días para llegar al colegio una larga distancia. Las niñas iban subidas en un burrito y para que no les cogiese el frío y se pusiesen enfermas, en vez de ponerle las faldas con los calcetines hasta las rodillas que se estilaban entonces, las llevaba bien abrigadas con unos pantalones, pese a lo que pudiesen decir las vecinas.
Cuando me imagino el sacrificio que tenían que hacer para acudir a la escuela me enternezco un poco y pienso en esos padres de ahora que pueden permitirse el lujo de llevar a sus hijos al colegio en el coche, al calorcito de la calefacción.
De todas formas agradezco a mi abuela su osadía y el valor que mostró al ignorar los comentarios de sus vecinos, cosa que no debió de resultar fácil. Gracias a mujeres como ella, el género femenino ha podido ir adquiriendo un poco de igualdad. Además, esto demuestra que no hace falta realizar grandes hazañas para conseguir que la vida de la gente sea cada día un poco mejor.