Esta primera anécdota que voy a contar es posiblemente la más mítica y conocida en mi familia. Mi abuela tenía unos 6 añitos cuando pasó.
Mi abuela, hija de campesinos, vivía en un pueblo en la provincia de Salamanca. Es un pueblo pequeño, con casitas de piedra y estrechos caminos. Como en casi todos los pueblos, en la Plaza estaba el ayuntamiento, la iglesia, y no muy lejos estaba el frontón donde los niños y jóvenes solían jugar a la pelota.
Pues bien, un día en el que mis bisabuelos estaban tan ocupados como siempre, ya que tenían que salir a trabajar el campo, cuidar los animales... le encargaron a mi abuela, que era muy pequeña que cogiese a los pollitos y los metiese en una cesta para llevarlos al mercado.
Sus pequeñas manos, pero curtidas por el trabajo, intentaban coger a los pollos que salían corriendo para meterlos en la cesta. Iba cogiendo con cuidado uno a uno y metiéndolos en su mandilón que tenía recogido haciendo una pequeña bolsita hasta que hubo juntado unos cuantos. Luego los depositó dentro de la gran cesta. Acto seguido se dirigió a capturar a otros poquitos que quedaban en el corral pero cuando llegó a la cesta se encontró que los pollitos habían saltado fuera de la cesta de mimbre. Y los empezó a volver a meter, pero ellos no se estaban quietos dentro. Se estaba haciendo tarde y su padre, que tenía un fuerte carácter, la iba a regañar. Así que vió unas tijeras encima de una mesa y decidió que si le cortaba las patas a todos, los polluelos ya no saldrían de la cesta y acabaría antes.
El remedio fue peor que la enfermedad. Cuando mis bisabuelos la descubrieron cortando las patas de los pollos ya era tarde, y muchos de ellos ya estaban muertos. Naturalmente, mi abuela no se zafó de una buena reprimenda y bien seguro que le cayó un gran castigo.
Ya véis, cosas de niños... Y después nuestra generación es la que ha salido atravesada.
Mi abuela, hija de campesinos, vivía en un pueblo en la provincia de Salamanca. Es un pueblo pequeño, con casitas de piedra y estrechos caminos. Como en casi todos los pueblos, en la Plaza estaba el ayuntamiento, la iglesia, y no muy lejos estaba el frontón donde los niños y jóvenes solían jugar a la pelota.
Pues bien, un día en el que mis bisabuelos estaban tan ocupados como siempre, ya que tenían que salir a trabajar el campo, cuidar los animales... le encargaron a mi abuela, que era muy pequeña que cogiese a los pollitos y los metiese en una cesta para llevarlos al mercado.
Sus pequeñas manos, pero curtidas por el trabajo, intentaban coger a los pollos que salían corriendo para meterlos en la cesta. Iba cogiendo con cuidado uno a uno y metiéndolos en su mandilón que tenía recogido haciendo una pequeña bolsita hasta que hubo juntado unos cuantos. Luego los depositó dentro de la gran cesta. Acto seguido se dirigió a capturar a otros poquitos que quedaban en el corral pero cuando llegó a la cesta se encontró que los pollitos habían saltado fuera de la cesta de mimbre. Y los empezó a volver a meter, pero ellos no se estaban quietos dentro. Se estaba haciendo tarde y su padre, que tenía un fuerte carácter, la iba a regañar. Así que vió unas tijeras encima de una mesa y decidió que si le cortaba las patas a todos, los polluelos ya no saldrían de la cesta y acabaría antes.
El remedio fue peor que la enfermedad. Cuando mis bisabuelos la descubrieron cortando las patas de los pollos ya era tarde, y muchos de ellos ya estaban muertos. Naturalmente, mi abuela no se zafó de una buena reprimenda y bien seguro que le cayó un gran castigo.
Ya véis, cosas de niños... Y después nuestra generación es la que ha salido atravesada.